Hoy siento la necesidad de desahogar mis penas sobre mi teclado. Más que mis penas, mi decepción, mi tristeza, mi vergüenza. Y no se emocionen, yo no ventilo mi vida privada en ningún lado, me refiero a mi profesión; y sí, los voy a aburrir con mi historia, con mi convicción, con lo que aprendí de los buenos. Me preocupa mucho el rumbo que está tomando el periodismo panameño.
Haber visto, en un noticiero estelar, un chisme de patio limoso, donde un sujeto anda embarazando mujeres a diestra y siniestra, todo porque juran que son las estrellas de la farándula local, sinceramente me dejó en shock. ¿Hasta dónde pensamos llegar?
En los espacios de producción nacional le dan el micrófono a gente que no conoce el significado de las palabras, que no saben pronunciar correctamente, que no saben improvisar. Que muestran, sin filtro, sus instintos, que lejos de incentivar a los jóvenes a mejorar lo que hacen es decir: «mírenme, así bruto como soy, sin estudiar, sin esfuerzo soy una estrella y soy famoso». Salvo contadas excepciones, la producción local deja mucho que desear.
Eso no es lo que quiero para mi país y las generaciones que vienen. No.
Y si de periodismo hablamos, uff cada vez se aleja más del sentido real, del buen ejercicio, ese que cuenta una historia basada en hechos reales, comprobados, sustentados. Siempre apoyado en las fuentes, con una revisión estricta de la veracidad de cada una. Buscando ser impecable en la narración, sencilla, clara, precisa, directa. Tomándose el tiempo necesario para consultar diccionarios, sinónimos y antónimos; rebuscando las palabras justas.
Hoy el periodismo es un asco en Panamá, disculpen los jóvenes que recién inician en estas lides, pero es lo que creo. Es injusto generalizar, y reconozco que hay profesionales valiosos que saben hacer periodismo. Desgraciadamente pasan desapercibidos ante la avalancha de informaciones tergiversadas, incompletas, sosas, poco creativas, e incluso ante la falta de temas de profundidad.
Muchos de nuestros medios están saturados de «noticias» que no son noticia, de historias con una sola fuente, textos vacíos de contenido, sin fondo. Ahora, los noticieros estelares de televisión duran 2 horas, las que rellenan con los caliches más insignificantes, y de las historias más ridículas, como si no existieran temas importantes e interesantes en este país.
Todos los periodistas, por lo menos los de mi época estudiantil teníamos grandes colegas que admirar, y nos tomábamos el tiempo de escucharlos, leerlos y entenderlos. Eso nos obligaba a leer mucho, a estudiar pensando en algún día llegar a sus talones. En mi caso particular aún me encanta ver, escuchar y leer a Jorge Ramos, María Elena Salinas, Javier Darío Restrepo, Mónica González por citar algunos. A mi juicio son un deleite a los sentidos, dicción perfecta, postura, conocimientos generales, en fin, son de esos que uno quiere igualar por su profesionalismo y apego a la ética.
Desde el momento que inicié mis estudios me di cuenta de mi ignorancia, y del mundo de conocimiento que me tocaba ganar. Eso me preocupó. ¿Cómo podría yo ser periodista si desconocía tantas cosas? Pues nada, tocó meterle ganas, muchas ganas. Así fue como, siendo universitaria conocí a Herasto Reyes, quien tenía un círculo de lectores en la Facultad de Comunicación. No sólo leíamos, también escribíamos cuentos, textos que él nos corregía. Gané mucho conocimiento, y sé que falta un mundo aún pero ahí vamos.
No había actividad cultural en la que no estábamos metidos los estudiantes de periodismo, en su mayoría nos manteníamos activos en el periódico universitario al mando del profesor Rafael Candanedo. Tuvimos el privilegio de contar con una profesora excepcional, Mélida Sepúlveda, quien tenía vasta experiencia en las redacciones y que no perdonaba una sola falta ortográfica.
Leer debería ser obligatorio para todo comunicador social. No debe existir una mesita de noche sin un libro en proceso de lectura. Es la única manera de ganar palabras para nuestro léxico y buena ortografía para nuestros textos, sin contar que nutrimos nuestro intelecto. No quiero ni preguntar si los que ejercen la comunicación son asiduos lectores.
No sé donde está la falla en este momento. No logro ubicar la brecha, pero algo pasó en el camino. Nuestro periodismo se va a pique señores, hagamos algo. Rescatemos a esas jóvenes promesas y pongámoslas a brillar. Material tenemos, hay una buena camada de nuevos periodistas que pueden sacar la cara y cambiar el rumbo.
Lo que sea que se haga, debe ir acompañado por un giro en la dirección de los medios. No puede ser que una dirección de noticias sucumba ante la exigencia de ratings y la venta de ejemplares. No pierdan de vista que de la dirección, de su sagacidad, su guía, su enfoque dependerá el producto final. No habrá buen periodismo sin directores de medios más exigentes y verticales.
¿Qué costará tiempo y esfuerzo?, Sí, y mucho, pero valdrá la pena empezar a ver cambios en nuestra sociedad. No nos demos por vencidos.
Excelente compañera, muy atinado, felicidades.
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Porque he seguido tu crecimiento profesional me uno a tus penas de las que el teclado no tiene culpa, quizá. Cierto es que nuestra profesión, el periodismo, está sumida en la crisis estructural que parece dominar los destinos de Panamá. Cierto es que nuestros colegas de la nueva generación parecen haber encontrado que la línea del menor esfuerzo recorta los caminos al éxito porque los medios de comunicación, más enfocados en el rating o lecturabilidad, han descuidado su credibilidad y con ella la profesionalidad del comunicador.
Pero mi estimada Mara todo no está perdido. Se avecinan tiempos de cambio y los que ya hemos aplanado calles y, entre la teoría y la práctica, hemos aprendido la diferencia entre el periodismo y el buen periodismo todavía poder afrontar los retos. Ayudar a que nuestros jóvenes colegas pongan los pies sobre la tierra y se atrevan a hacer buen periodismo.
En ese reto, los docentes de las facultades y escuelas de comunicación también tienen que asumirlo y proponerse formar profesionales con suficiente calidad para que cuyos nombres se inscriban con nombre propio por su reconocimiento social.
Que, en ese cambio, los medios de comunicación también valoren el esfuerzo y reconozcan que la calidad tiene un valor y no un costo contable.
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